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Azul intenso

           Al mudarse  la empresa  en la que trabajaba, tuvo que cambiar el medio de transporte, lo cual le resultaba más cómodo, porque tenía el subterráneo en Malabia, a pocos metros de su casa. Esa comodidad, sin embargo, le hacía dejar todo hasta último momento y luego debía correr para alcanzar el tren de las ocho y quince. Ese día salió más temprano, pues quería comprar el diario en el kiosco de la estación para ver cómo había salido la publicidad diseñada para la nueva línea de cosméticos, de manera que subió al vagón por la puerta que se abrió justo delante del puesto de periódicos.

 

            Ya  ubicado  en  uno de  los  pocos asientos  libres,  observó con ojo crítico su creación de media página. No está mal, pensó. Se había esmerado mucho, pero le parecía que aún no estaba bien. Haría pequeñas correcciones para la próxima edición. Le daría menos intensidad al color de fondo para realzar los nuevos productos y acentuaría el contorno de los envases. Sí, de esa manera quedaría mejor. Satisfecho con esa decisión, dobló el diario y, al levantar la vista,  tropezó en el asiento de enfrente, con unos maravillosos ojos de un azul intenso.  Ruborizada,  la joven bajó la vista sobre la página abierta de un libro. Sus cabellos eran rubios, largos y lacios. Su cara, un óvalo perfecto. Tenía una boca suave, de  labios carnosos, apenas pintados. Él  quedó como hechizado,  incapaz de quitarle  la vista de encima.  Es la sublimación de la belleza, pensó.  Una criatura angelical. La miraba con devoción, como se contempla a la virgen en un altar, envuelta en una aureola de luz, que ensombrece el entorno. Pasaron varias estaciones antes de que ella dejara la lectura para ponerse de pie. Vestía pantalón y chaqueta azul encendido. Su figura era escultural. Sólo que... sólo que, al bajar del tren, notó que cojeaba un poco. Como cuando se hace añicos una vasija de cristal, todo el encanto se rompió. ¡Qué pena! Se dijo. ¡Pero, qué pena!

 

            Abrió el periódico y comenzó a bosquejar las correcciones en su diseño casi perfecto.

 

          Al día siguiente subió al tren, logró sentarse y se enfrascó en la lectura del diario. Sin embargo, al cabo de un rato, sin saber por qué, se dio vuelta y se encontró con los mismos ojos azules del día anterior. Allí estaba, bellísima con su pelo rubio recogido en la nuca. Buscó otro asiento que le permitiera verla de frente, y lo consiguió, aunque a cierta distancia. Durante un momento, ella sostuvo su mirada. Después, sonrojada, bajó la vista. Él disfrutaba viéndola, mientras sus ojos recorrían los rasgos perfectos de su rostro y bajaban lentamente hasta las manos que sostenían el libro sobre su falda.  Manos finas de dedos largos y uñas cortas. Toda ella exhalaba una suave y sensual dulzura. Un misterioso encanto. Pero, cuando se ponía de pie...

 

           Esto  se repitió al día siguiente, al otro y por algunos más. Primero, el juego de las miradas, en especial las que ella le brindaba, lo había halagado y en cierto modo entretenido. Después, a medida que pasaban los días, esa rutina cotidiana comenzó a llenarlo de satisfacción y de goce, haciendo que esperara con ansias el próximo encuentro. En el trabajo, mientras dibujaba, la tenía presente todo el tiempo, al punto de hacerle perder la concentración. Empezó a sentirse confundido, inquieto.   

 

            Una mañana se  quedó dormido porque  había trabajado hasta tarde en la creación de un frasco para un nuevo perfume, y aunque corrió para alcanzar el tren de las ocho y quince, éste ya  partía.  La vio pasar junto a la ventanilla, con el libro abierto, sus ojos buscándolo entre la gente. Ello le produjo un estremecimiento de placer y decidió que al día siguiente le hablaría: No pudo, porque la acompañaba una mujer de cierta edad. No obstante, sus ojos azules buscaron los suyos y lo miraron por un largo rato, sin apartarse. Fue como una verdadera declaración de amor. Había en su risa y en sus gestos cuando conversaba, una dulzura infinita. Tuvo la sensación de que iban dirigidos a él. Sintió como una explosión dentro de sí, algo nuevo, algo que jamás le había ocurrido.

 

           Antes  de  llegar a  la  estación,  ella  se  despidió de  su acompañante.  En el andén se detuvo un instante, se volvió y lo miró de nuevo y, en ese momento, él  creyó percibir un matiz de tristeza en su mirada.

 

         Durante el fin de semana no hizo otra cosa que pensar en ella. No lograba poner atención  en nada, aquella desconocida se había adueñado de su mente. Imaginó mil y una formas de abordarla y se prometió que no dejaría pasar un solo día más. El lunes lo haría. Sí, el lunes sin falta. Le diría que era la mujer más hermosa que había visto jamás. Que lo había cautivado desde la primera vez que la vió ¿O acaso sería demasiado cursi hablarle así? Bueno, lo que sí le diría, es que pensaba en ella constantemente. Que nunca le había ocurrido algo igual, que... que le gustaría invitarla a tomar un café... Incluso le llevaría un ramillete de violetas, pensó, lleno de alborozada esperanza.

 

            No  tuvo oportunidad de decirle lo que sentía, porque no la encontró. En vano recorrió los vagones buscándola; no estaba. Debe haber perdido el tren, se dijo decepcionado, justificando su ausencia; y bajó en la primera estación decidido a esperar el próximo. Pero tampoco la halló.  Esa mañana llegó tarde a la oficina. Trabajó desconcentrado y sin interés, pensando con creciente  excitación  en el próximo día.

 

          Con el corazón palpitante y un nuevo ramo de violetas, aguardó impaciente que fueran las ocho y quince. Sus ojos volvieron a recorrer todos los asientos, pero no la vio. Lo mismo que la mañana anterior, la buscó en otros vagones. No estaba. Desolado, bajó del tren y, al salir de la estación, arrojó las flores en las manos de una mujer que pedía limosna, sentada en la escalera. ¿Qué pudo haberle pasado?, se preguntaba. ¿Habrá cambiado de horario? ¿Estará enferma? ¿Se habrá mudado? Entonces, recordó esa extraña tristeza en sus ojos, la última vez que lo miró desde el andén. ¡No puede desaparecer justo ahora! se dijo, presa de angustia. ¡Quiero volver a verla!... ¡Tengo que volver a verla!

 

           En los días que siguieron a lo largo de varias semanas,  recorrió los trenes  buscándola en diferentes horarios. Estaba indignado consigo mismo. Se tildó de estúpido, de tímido e inmaduro. ¡Ni siquiera sabía su nombre! ¡Jamás había escuchado su voz! ¿Por qué no la había seguido? ¿Por qué había esperado tanto? Conocía la respuesta. Y, ahora, no podía comprender, cómo había podido perderla por una pequeña y simple cojera...   

 

          Durante mucho tiempo, en cada mujer rubia que se cruzaba en su camino, buscó esos ojos azules. Se había enamorado de ella.

 

          Terminó  el verano, pasó el otoño y llegó el frío. Hizo lo indecible por  olvidarla, dedicándose de lleno a su tra-bajo. Su creatividad cobró arrebatada inspiración. “Eres un genio”, le decían sus compañeros con cierta envidia. “Tienes la capacidad de captar la belleza en todos sus matices. ¿Podríamos decir que estás atravesando por tu 'período azul'?", le preguntó otro con aire socarrón. En poco tiempo, logró que la empresa lo ascendiera a Gerente de Diseños.

 

          Esa mañana tuvo que tomar el subterráneo, porque su Fiat estaba en reparación. El tren venía lleno, de modo que viajó parado. El recuerdo de unos hermosos ojos azules irrumpió vivamente en su memoria. Poco a poco, a medida que la gente descendía, el vagón se fue despejando. De pronto la vio. Sentada, cerca de la puerta, vestía un impermeable azul claro y llevaba un bolso sobre la falda. Le pareció más hermosa que nunca. El corazón comenzó a latirle con fuerza. No podía creer en su fortuna. Ya estaba llegando a Callao. De inmediato, trató de abrirse paso hacia la muchacha. Ella se puso de pie y, sólo entonces, reparó en él. Perpleja, se detuvo un instante y lo miró con una triste melancolía en sus ojos. El dio unos pasos para acercársele, pero ella se apresuró a entreabrir su abrigo, dejando ver un avanzado estado de embarazo Sólo con la mirada pudo él expresar su  infinito dolor, mientras ella descendía del tren, esta vez, sin darse vuelta.  


 

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