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El aniversario  

                                                                                                 

 

           Elena  abre  su  mano  acalambrada  y deja  caer  la nota al suelo  y, con ella,  haciéndose  añicos diez años de su matrimonio. Ante sus ojos pasan una y otra vez las palabras leídas: “Querida, hace tiempo que quería decírtelo, pero no encontraba el momento oportuno ni las palabras adecuadas. No puedo continuar esta vida. Lo nuestro fue un error desde el comienzo. Nunca debió ser. Lo siento. Lo siento realmente. Perdóname por el daño que te he causado. Ángel”

 

 

                                                                                            2

 

 

          Elena  había  decidido  que  el  décimo  aniversario  de  su matrimonio  fuera un día especial. Ella  lo haría  es- pecial. Desde temprano estuvo preparando cada detalle con esmero. En la mesa redonda pondría un mantel violeta para que se destacaran los platos blancos con borde plateado, que harían juego con los cubiertos. Para el champagne usaría las copas de cristal checoeslovaco, heredadas de la abuela. Como centro de mesa había pensado en una pequeña fuente de porcelana con un arreglo floral, que haría ella misma con lirios blancos y helechos, para combinar con el resto. No podía dejar esa costumbre de que “todo tenía que armonizar”. Como decoradora exigente, estaba siempre en el detalle, aplicando en cada cosa su ojo crítico. Y hoy, sobre todo hoy, quería lograr el entorno perfecto para el gran acontecimiento.

 

          La  mañana  había rendido, ya  que  Ángel, como todos los días, había salido temprano y ella contaba con que volvería tarde, tal como lo venía haciendo desde hacía algún tiempo. Gran parte de las compras, las había realizado por teléfono, mientras Dora dejaba la casa reluciente. Brillaban los bronces y resplandecían los cristales, las cortinas blancas caían impecables sobre la alfombra. Faltaban aún algunas flores que había encargado para última hora, para que estuvieran frescas. En la casa, todo estaba bajo control. Ahora, sólo le restaba ir a la peluquería, lo que le ocuparía casi toda la tarde.

 

​        Cuando regresó, cerca de las ocho, la mucama ya se había ido. No quería a nadie rondando por ahí.Quería que fuera una velada íntima. Sólo ella y Ángel. Se apresuró a cortar los tallos de algunas flores y las distribuyó en los distintos jarrones, los observó desde todos los ángulos y los ubicó, uno en el hall de entrada, otro en una mesa ratona y con el tercero subió al dormitorio.

 

           Se detuvo un instante al pasar frente al espejo del placard.  Este peinado me sienta bien, pensó mientras depo- sitaba el florero sobre la pequeña mesa en el rincón, cerca de la ventana. Estoy segura de que a Ángel le gustará. Aunque a él, cualquier cosa que ella hacía, le parecía bien. Todo lo consultaba o lo delegaba en ella: “Elígeme unas corbatas, que tienes mejor gusto que yo”, solía decirle, o “¿Qué camisa me pongo con el traje azul? ¿La blanca o la rayada?” y después, dándole un beso “¡No sé qué haría sin tí!

 

         Elena  se  quitó  el  traje y  abrió  el  guardarropa.  Miró el reloj. Debo apurarme, se dijo,  Ángel no tardará en llegar. Hace un tiempo que está viniendo muy cansado del Instituto, pensó, mientras buscaba qué ponerse. Ya ni ganas tiene de comentar los resultados de las investigaciones. Trabaja demasiado, concluyó. Titubeó entre usar el vestido negro o el verde agua. Pero, cuando le diga que va a ser padre, todo va a cambiar. Nos tendrá que dedicar más tiempo, se dijo con una sonrisa por usar el plural. Descartó el negro y eligió el otro, porque tenía un profundo escote en la espalda, como los que usaba Kim Novak en Vértigo y además, porque el color verde junto a la cara, hacía resaltar aún más sus ojos claros y su cabello negro. Hoy quería verse muy sensual. Por todo adorno, se puso un par de aretes colgantes con esmeraldas, que Ángel alborozado, le había regalado hacía cuatro años, cuando creyó que estaba esperando un bebé. Pero sólo había sido una falsa alarma.Él ama a los niños, pensó. Cada vez que vienen sus sobrinos, juega con ellos como un niño más.

 

        Al principio, ella había  querido disfrutar de la convivencia en pareja y afianzarse en su carrera, sin  mayores compromisos. Ni pensar en pañales, mamaderas y lloriqueos nocturnos. Después, cuando decidió que ya era hora de tener un bebé, no quedaba embarazada. “Suelen ocurrir esas cosas”, le había dicho un día su amiga Raquel, que ya tenía tres niños y se había casado después que ella. “Pero, no esperes demasiado, porque tu reloj biológico sigue avanzando.” ¿No será que carezco de instinto maternal? se preguntó alarmada. Entonces, comenzó a inquietarse y fue a ver a un médico sin mencionárselo al marido. Quería ahorrarle cualquier tipo de preocupación. Y, finalmente, esta vez sí era cierto.Tendré un hijo, pensó radiante de felicidad. Estoy deseando ver la cara de Ángel, cuando le dé la sorpresa.

 

 

                                                                                                3

 

 

          Elena  tiene  el cuerpo entumecido, un  fuerte  dolor de  cabeza y  el corazón aletargado. Siente frío, pero no se levanta, sólo estira la mano en busca de un almohadón que abraza sobre su pecho.  

 

         ¿Cómo pudo pasar? ¿Cuándo  ocurrió? ¿Cómo no me he dado cuenta? ¿Por qué?  Será por la falta de hijos?¿Por qué de esta manera? ¿Por qué justo hoy?... ¿Quién es ella? Porque tiene que haber otra. ¡De eso estoy segura!. Una catarata de preguntas martilla ahora su cabeza. Tiene deseos de gritar, pero no tiene voz. Siente un nudo en la garganta. En sólo un instante, toda su alegría, toda su felicidad, estallan como pompas de jabón.

 

           Amaba a Ángel desde siempre. Lo amaba porque era generoso, recto, inteligente, por su íntegra sinceridad. En ocasiones podía ser tan ingenuo que despertaba ternura, pero la podía volver loca con su desorden y distracción. Recordó que, en una oportunidad, se había olvidado de una reunión y, por vestirse con apuro, salió con un zapato negro y otro marrón. O las veces que ella tenía que correr tras él para alcanzarle documentos que había dejado sobre la mesa, o recalcarle que no se olvidara del cumpleaños de Betty, su secretaria y asistente de toda la vida. ¡Lástima, que tuviera que jubilarse! Romina, la reemplazante no tenía la capacidad y ni lejos, su experiencia. Desde entonces, ella había tenido que asumir parte del trabajo, como transcribir algún informe, recordarle una entrevista, ordenarle algunos papeles y ocuparse un poco de las relaciones públicas, que no eran el fuerte de Ángel. Pero ello no le molestaba, porque él siempre la había hecho partícipe de todo. Eran esposos, amantes y amigos. Sí, verdaderos compañeros.

 

                        Suena el teléfono y lo deja sonar y sonar. Después de un rato, Elena vuelve a quedarse a solas con Schubert.

 

         Todos  los días  desayunábamos juntos,  rememoró. Y antes de que saliera, le retocaba la corbata y nos des-pedíamos con un beso en la puerta... Y jamás olvidaré aquella Navidad que pasamos con mamá. Ángel había encargado a Betty la compra de los regalos. "Vaya a la mejor lencería", le había pedido, "y compre un lindo deshabillé para mi suegra y ropa interior sexy para mi mujer". Betty se quiso morir cuando la llamé para decirle que el contorno de mi madre era dos números más de corpiño y que a mi la bata me quedaba grande. La pobre no sabía cómo ocultar su bochorno y me juró que había puesto cada paquete expresamente en una bolsa de diferente color, para evitar la confusión. "Todavía le recalqué al doctor: 'Recuerde que la bolsa blanca es para su esposa', me había asegurado Betty. "Ya lo sé, querida" le había contestado riendo por la broma. "¿Acaso no conoce a mi marido? Con mi madre ya hicimos el intercambio y le aseguro que me encanta el conjunto negro."   

 

 

           

                                                                                                4

 

 

          Llaman  a  la puerta. Quiere estar sola. Espera que quien sea, se canse de insistir. No desea ver ni hablar con nadie. Pero el timbre vuelve a sonar con persistencia. Entonces, deja el almohadón sobre el diván, hace un esfuerzo para incorporarse, se arrastra hasta el modular y calla la sinfonía. Ya no aguanta más a Schubert. Luego, con desgano, se encamina hacia el hall y abre la puerta.

 

          “…su  esposo  sufrió  un  accidente…  En su aturdimiento  la voz del policía  le llega como ráfagas. "... parece,

que venía a muy alta velocidad…” Lívida, se deja caer contra la puerta. “…intentamos comunicarnos con usted, pero no respondía nadie…” sigue informándole el oficial, “…entre sus ropas encontramos esto…” Desencajada,  como una autómata toma la bolsa transparente que le alcanzan “…la esperamos, si quiere acompañarnos…”

 

           A través del plástico  Elena  ve las llaves del auto, la billetera y un sobre con el nombre  “Romina”.  Temblorosa extrae la hoja doblada del sobre y lee: Elena, amor: Te llamé por teléfono, pero daba siempre ocupado. Pasé para avisarte, pero no te encontré. Llegaré algo tarde, porque antes debo terminar un asunto, pero prometo que será la última vez que esperes. Lo prometo. En adelante, todo será diferente, volveremos a estar juntos más tiempo. Quiero que festejemos nuestro décimo aniversario con una segunda luna de miel en Las Leñas. Ya hice las reservaciones. Te amo. Te amo y te necesito más que nunca. Espérame.

 

                                                                                                                                           

                                                                Tuyo por siempre

                                                                                                                                                    

                                                                                                     Ángel

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

              

                                                                                                    1  

 

 

           Poco a poco la noche se diluye en el día. En la chimenea, restos de brasas aún brillan entre las cenizas. Con la llegada del amanecer, las sombras abandonan los objetos y éstos  recobran  sus contornos. Recostada  en el diván, la mano derecha de Elena aferra aún el trozo de papel. Los  ojos vacíos, clavados  en el techo,  bajan  lentamente por las paredes, se deslizan hacia los pesados cortinados de la ventana,  tropiezan con el cuadro de naturaleza muerta sobre el mueble,  recorren la mesa  puesta para dos con la vajilla de  Limoge,  se detienen por un instante en  el paquete envuelto en papel plateado con un enorme moño blanco  del que pende una cinta que dice: "Tire de aquí", para  dejar  al descubierto un breve poema de amor,  retoman el  recorrido para  posarse  una vez más sobre el ramillete  de  pensamientos en el centro, luego sobre las velas ya consumidas, y culminan en la chimenea desde la que sus veintidós años le sonríen cautivos  dentro de un gueso marco dorado y,  por enésima vez,  terminan en la foto de ella y de Ángel abrazados en la nieve,  durante la luna de miel en Las Leñas.  Es allí,  sobre el mármol del hogar, donde anoche,  mientras descendía la escalera lista para esperar a Ángel,  había descubierto el sobre con su nombre: "Elena". Al  lado  un  reloj marca  indiferente  el paso  del  tiempo. Suave,  en el fondo,  Schubert repite incansable  la Sinfonía Inconclusa,  pieza predilecta de Ängel.

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