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Meine Mutti  (Mi mami)

 

 

       

La Ñata

 

            Mamá dijo que no tengo que apoyar la cola en el suelo porque el frío del piso hace mal a la panza. Me duelen las manos de tanto estar sentada encima. Antes me cubrí bien las rodillas con la falda y la estiré para abajo. Ya pronto tendría que venir el tren. Cuando el sol se va detrás del árbol grande, empiezo a tener frío. Entonces viene doña Felipa, me trae unas galletas  y un tazón con mate cocido. A mi no me gusta, porque le pone mucha leche. Además, me da asco porque tiene nata. Aunque no entiendo lo que dice, desde adentro me hace señas para que entre. Pero no quiero. Quiero esperar a mi mamá.

 

                La  señora es buena,  pero habla  distinto. Nunca sé bien qué me quiere decir y me quedo mirándola. Entonces, ella sonríe y acaricia mi cabeza. La que es mala, es la Ñata, que es la hija. Es más grande que yo. El otro día me mostró todos los dedos de una mano y el dedo gordo de la otra. A mi todavía me falta un poco para poder abrir toda la mano Cómo tarda el tren

 

 

 

 

 

Rudi

 

            No me gusta estar aquí, pero mamá dijo que tengo que portarme bien porque ella tiene que ir al hospital a cuidar a papá, que está enfermo. Se puso grave después de que el doctor le dio una purga, porque le dolía la panza. Yo también tomé una purga una vez, pero no me pasó nada porque me la dio mi mamá. Tengo mucho miedo de que papá se muera y mamá no pueda venir a buscarme.

 

            Si  por lo menos  estuviera Rudi. Pero está con  otra  gente que vive cerca del colegio.Ya está en quinto grado y puede hablar igual que la Ñata. Papá me contó una vez que, cuando nací, estaba muy colorada, tenía el pelo negro y crespo. '¡Es fea!', dijo mi hermano cuando me vio. Pero papá dice que no soy fea. Que soy su Mausi. Me llama así, porque tengo una manchita atrás, en la pierna, que se parece a una laucha. Al poco tiempo, me pelaron y me salió el pelo amarillo y sin rulos. Yo igual lo quiero a Rudi porque él sí sabe jugar conmigo, no como la Ñata. Me alza y me sienta sobre sus hombros. Yo me agarro fuerte de su cabeza y él galopa como un caballito. A veces armamos una casa con un rompecabezas que le mandó el tío Anton de Alemania. Hasta tiene lugar para guardar un auto de juguete.

 

 

 

 

 

 

 

Delante de la casa

 

           Todos los días a la hora que tiene que venir mamá, me siento sobre el primer escalón a esperarla. Aparte de ese árbol donde por las tardes se esconde el sol, sólo se ve la parada de trenes y del otro lado, unas pocas casas cuadradas como ésta y algunos árboles alrededor. Enfrente, cruzando las vías del tren, hay un alambrado que encierra todo el campo. De ese lado, lejos, veo algunas vacas y también un molino. Mamá dijo que pertenece a la estancia de la que nos fuimos. Después no hay nada más. Bueno, sí, está el pueblo pero desde acá no se ve porque está detrás del horizonte, dijo mamá.

 

           Mientras  espero, me  pongo  a  jugar con unos palitos y trazo casas y árboles en la tierra o sigo a las hormigas hasta el agujero y me agacho para ver como meten las hojas adentro. Justo ayer, cerca del hormiguero, había un bicho negro, de esos cascarudos. Estaba patas arriba y las agitaba tratando de darse vuelta, Le acerqué un palito, se agarró de él y así lo salve de las hormigas. No me gustan esos cascarudos, pero tampoco quería que se lo comieran las hormigas. También hay tres perros. El más grande ya está viejo y duerme casi todo el día y, cuando camina, anda rengo. Los otros dos son muy guardianes. Al más chico le falta media oreja. Doña Felipa dijo que no los toque porque son bravos y además, tienen pulgas. Pero yo no les tengo miedo. Primero vinieron a olerme y ahora se quedan cerca. Juntos esperamos a mamá. Macho ya se hizo amigo y viene para que lo acaricie. Pero es cierto, están llenos de pulgas. Se rascan todo el tiempo. Cuando viene la Ñata le grita: 'fuera' y le arroja una piedra. El perro aúlla y sale corriendo con la cola entre las patas ¡Es mala!   

 

            El  otro día,  la  Ñata  comía una  torta  frita  y  traía otra en  la mano.  Se sentó en el escalón. Con el  codo me tocó el brazo y me ofreció la torta. Con la cabeza le dije que no quería. Ella se encogió de hombros. Cuando terminó la que estaba comiendo, dio un solo mordisco a la otra y después la arrojó al aire. Ví cuando cayó sobre la vía. Yo la miré y pensé: seguro que nadie le enseñó que eso no se hace. 'La comida no se tira', me había dicho mamá. Y ella lo sabe bien porque estuvo en una guerra, donde la gente no tenía para comer. El tren pasó pitando sobre la torta frita. La Ñata se puso de pie. 'Tonta' oí que me decía. Me mostró la lengua y entró. 'Dumme Gans' (*) contesté y volví a mirar hacia la estación. Entonces, vi a mamá que venía despacio, caminando por el costado de la vía. Como siempre, cargando la bolsa con ropa sucia del hospital. Corrí a su encuentro y los perros, ladrando, conmigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Detrás de la casa

 

 

 

 

         Detrás de  la casa hay algunas   ovejas  y unos cabritos. También hay un sulky viejo en un galpón abierto con techo de chapas. Lo usan cuando van al pueblo y los domingos para ir a misa. En un rincón hay una pila de leña que llega hasta el techo y un fogón que estaba donde ahora está la cocina económica. 'Mi papá la trajo, cuando la tiraron en la estancia', contó la Ñata. Por todas partes hay cosas: alambres de los que pinchan, postes, bolsas, palas, baldes. Al lado del galpón está el horno de barro, donde doña Felipa hace el pan. Después está el gallinero. Hay un solo gallo bataráz que es malo con las gallinas. Un día corrió a una y, cuando la alcanzó, la tiró al suelo y le picoteó la cabeza. A mi me gustan los pollitos. Una vez, en la estancia, me pusieron uno en la mano y, sin querer, lo apreté demasiado para que no se escapara. Cuando vi que no se movía más, me puse a llorar. Por eso, tengo miedo de tocarlos. Son muy blanditos. Ayer, doña Felipa le puso doce huevos a una clueca para empollar. Dijo que iban a nacer todos los pollitos, porque la luna estaba creciendo.

 

           El  otro  día, la Ñata me llevó al  corral. Las ovejas hacen  una caca como bolitas y ella quería que jugáramos  a quién junta más. Ganó ella. Siempre gana ella. También cuando jugamos a la rayuela, que la Ñata marca en la tierra con una rama. Ella tiene piernas más largas y puede saltear mejor un cuadro. Yo me caigo encima y me ensucio la ropa.

 

 

 

 

 

 

 

En la casa

 

 

           A veces la Ñata  viene a  buscarme para jugar. Se sienta sobre el escalón, a mi lado. Parece que a ella la mamá no le dijo que el frío es malo para la panza. A mi no me importa lo que hace ella. Yo hago lo que dice mi mamá. Desde aquí puedo ver dónde paran los trenes pero la verdadera estación está en Bouquet. Ésta sólo es una parada para la gente que vive por acá, dijo mamá. Siento que la Ñata me toca el brazo. Cuando la miro, me muestra una muñeca de trapo. Quiere que juguemos. Pero no tengo ganas. No ahora. Parece, que ahí viene el tren. Veo el humo de la locomotora. Como es un tren de carga, no para. Pasa frente a la casa a toda velocidad. Seguro, que mamá llega en el próximo. Pero para entonces, ya va a hacer frío y voy a tener que entrar.  

 

           Doña  Felipa  prepara la sopa de  la noche  con lo  que quedó  del puchero del mediodía. Yo nunca tengo ganas de comer. Sobre la cocina económica también hay varias ollas grandes para calentar agua. Hoy me toca el baño y a la Ñata también. Primero me enjabonan sentada en una tina de las que usan para la ropa y luego me enjuagan con el resto de agua de la olla. Nos bañan en la cocina, porque allí está calentito. Después nos vamos cada una a su cama. Yo no puedo dormir, porque quiero esperar a mamá.

 

          El papá de la Ñata trabaja como sereno en la estancia. Sale a caballo al atardecer y vuelve temprano a la ma-ñana. Descansa durante el día. Como no sabía lo que quería decir sereno, la Ñata me dijo que es el que cuida la estancia, pero de noche. Doña Felipa lo despierta para almorzar. Después toman unos mates y él se va de nuevo a la cama. Ella termina rápido con los platos y va tras él. Por ahora, la Ñata duerme en la cocina. Mamá y yo en la pieza de la Ñata. A la hora de la siesta, casi siempre escucho ruidos en la pieza de al lado. Cuando acaban, me duermo.

 

 

 

 

 

 

 

En el hospital 

 

 

 

 

            Un día  mamá me llevó al hospital para visitar a papá. Me tomó de la mano y en la otra cargó el bolso. Camina-mos a lo largo de la vía hasta la parada del tren y esperamos sentadas en un banco de madera. A  veces  hay que esperar bastante.

 

          Papá estaba en una sala  en la que  había  muchas camas. A  algunos enfermos  los  vinieron  a  visitar  igual que nosotros a mi papá. Pobre, él estaba muy blanco y flaco. Cuando me vio, sonrió apenas y me dijo: “Hallo, Mausi”. Mamá me alzó para que me pudiera ver mejor desde la cama. Después me bajó y habló con papá. Había un olor a podrido que me revolvía el estómago. Una enfermera, que venía de la cama de al lado, pasó con algo tapado que llevaba en la mano. El olor se quedó un rato más y después se fue tras ella. ¡Por suerte! En la cama de enfrente, había un señor joven con la pierna toda vendada que colgaba dura de una soga. Cuando lo miré, me guiño el ojo. Me escondí detrás de mi Mamá. Entonces oí que papá decía que no se sentía nada bien. Mamá sacó del bolso un frasco grande, cuadrado de agua colonia. Mojó un algodón y se lo pasó por la frente. Me asomé de nuevo para ver al señor de la pierna vendada, que ahora leía una revista. Cuando se dio cuenta que lo estaba mirando, volvió a guiñarme el ojo. Yo di vuelta la cara. De la última cama, al final de la sala, un hombre empezó a gritar 'hígado', 'hígado'. Al rato vino un doctor con una enfermera y lo pincharon con una aguja. Después no gritó más. A mi me daba miedo estar allí. Me fui otra vez detrás de mi mamá y me agarré de su falda. Cuando nos íbamos, el señor de la pierna dura me sonrió y me dijo adiós con la mano. Pregunté a mamá qué quería decir 'hígado'. Ella me dijo que el hígado trabaja con el estómago, cuando nosotros comemos. ¿Y por qué gritaba ese señor? Porque le dolía mucho.

 

           En  el  pasillo nos  topamos  con  dos  enfermeros  que  salían de una pieza, empujando una cama con ruedas.  Por debajo de la sábana blanca que la cubría, asomaban unos pies. Detrás, una señora con dos niños; una nena como yo y un niño más grande, los seguía. La señora se tapaba la nariz con un pañuelo. Mamá tomó mi mano y nos fuimos rápido. Esa noche le pedí mucho a Dios que no se lleve a mi papá.    

 

 

 

 

 

 

 

Malas noticias

 

 

 

 

           Hacía  frío y  estaba  helada. Después  de  comer, mamá me  llevó a dormir. Puso un ladrillo  caliente dentro de una media de lana junto a mis pies. Enseguida entré en calor. Mamá tenía las piernas hinchadas y parecía que le dolían, pero no le pregunté. Tenía miedo a que también ella se enfermara. A papá lo pasaron a una pieza para él solo, dijo. Mañana tengo que quedarme en el hospital para cuidarlo. Entonces, me acordé de la cama tapada que había visto en el pasillo del hospital. Seguro que papá está grave. Había notado la cara afligida de doña Felipa cuando mamá habló con ella, durante la cena. Oí que le decía que papá tenía la barriga llena de tubos, y me asusté. Antes de dormirnos, mamá pidió que me portara bien. Que le hiciera caso a doña Felipa. Prométeme que vas a tomar la sopa, dijo. Asentí con la cabeza. Estaba calentito a su lado. Cuando vuelva, te traigo unos zapatos nuevos. Blancos? Sí, blancos. “Jetzt schlaf schön, Mausi” (**), me acarició la cabeza y me dio un beso en la frente. “Gute Nacht, Mutti”(***), contesté. Se fue muy temprano, mientras yo todavía dormía.

 

          A veces, cuando estoy esperando a mi  mamá, me acuerdo  de  la  estancia. Cerca de  la casa  había muchas, muchas margaritas. Las margaritas no huelen pero son lindas. Cuando Rudi volvía del colegio, siempre jugaba un rato conmigo. Después iba a ver lo que hacían los peones. Papá arreglaba los motores de los tractores y también los molinos para que los animales no se quedaran sin agua. Pero, cuando a papá lo tuvieron que llevar al hospital, la dueña de la estancia le dijo a mamá que tenía que irse. Por eso, estoy aquí, mi hermano con otra familia y los animales no tendrán agua. Extraño mucho a mamá, aunque doña Felipa es muy buena conmigo. De noche, deja una luz encendida, porque a mi no me gusta cuando todo está oscuro y no se ve nada. Me da miedo. Cuando no está mamá, no puedo dormir. Y si me duermo, sueño cosas horribles. Al final, rompo a llorar con la cara en la almohada para no hacer ruido. No quiero que doña Felipa me oiga y se lo cuente.

 

 

 

 

 

   

    

Cuando cantan las ranas   

 

 

           Ayer, como mamá dijo que no venía, en  lugar de esperarla sentada en el escalón, con la Ñata fuimos a dar agua a los animales. Una bombeaba y la otra sostenía la regadera debajo, hasta llenarla. Tuvimos que ir y venir un montón de veces, porque la regadera es pequeña. Va a llover, dijo la Ñata, cuando al anochecer comenzaron a cantar las ranas.    

 

           Esta  mañana  no hay sol. Desde  la  ventana de la cocina, veo  como  tiemblan  las  hojas del  árbol y el viento levanta el polvo de afuera. El cielo se pone oscuro. Los refucilos iluminan la casa que está lejos. Algunas gotas empiezan a golpear el vidrio. Hay olor a tierra mojada. Los perros ya se fueron debajo del sulky y donde está la pila de los troncos para el fuego. Ahora llueve fuerte. Adentro no hace frío. Doña Felipa agregó leña a la cocina y después colgó en una soga alguna ropa que no terminó de secarse ayer. Ya casi no se puede ver hacia afuera. La lluvia truena sobre el techo y el agua dibuja viboritas en la ventana empañada.

 

 

 

 

En la misa

 

 

 

 

           Los  domingos  el  papá de  la  Ñata  no tiene  que  trabajar de  sereno. Entonces  vamos a  la misa del pueblo. Después de unos mates ata el caballo al sulky y pone una manta sobre los asientos. La Ñata y yo nos sentamos juntas y, enfrente, doña Felipa. Primero el caballo trota al costado de la vía y, cuando llegamos a un lugar de muchos árboles, doblamos a la izquierda. Después empiezan las casas. Antes de ver la iglesia, ya se oyen las campanadas. Nos bajamos del sulky en la plaza. Justo enfrente está la iglesia. Es toda blanca y arriba tiene una cruz negra. Atravesamos la plaza caminando entre las palomas. La Ñata encuentra un lugar para las dos en la segunda fila. Doña Felipa y el papá de la Ñata se sientan detrás de nosotras. Las mujeres llevan un tul en la cabeza. Por eso la Ñata y yo tenemos uno. El mío es blanco. Hay gente sentada y algunas personas arrodilladas, rezando. Cuando empieza la misa, todos se ponen de pie. Primero, el cura habla a la gente, después con Dios y, al final, todos hacen la señal de la cruz y dicen “Amén”. La Ñata me toca con el codo y yo también digo “Amén”. Después, mientras cantan, rezo en alemán como me enseñó mamá, pero sólo para mí. Le pido a Dios que sane a mi papá para que pueda volver con nosotros y, además, le digo que extraño mucho a Rudi. Al final, le prometo portarme bien y digo “Amén”.

 

 

 

   

 

 

 

Buenas noticias

 

 

 

 

            Hace  unos días  mamá  vino  muy contenta y  dijo  que papá  estaba  mejor  y  que  pronto  nos  iríamos  a vivir a una estancia muy linda en Las Rosas, donde también hablan alemán. Le pregunté si había perros. Dijo que sí. Ella va a trabajar allí y también papá, ni bien se reponga.  

 

           La  Ñata  ya  no  es  más  tan  mala. Antes  se  burlaba  porque  no  le  entendía;  me hacía muecas, sacaba  la lengua o me daba un empujón. Ahora me toca la mano y me dice: Ven, vamos a jugar, ¿quieres?. Bueno, le contesto, porque algunas cosas ya sé decir en castellano. Voy a buscar a Grete, mi muñeca alemana y jugamos a la mamá. Las vestimos y desvestimos. Les cocinamos, les damos de comer y las ponemos a dormir. Yo a la mía le doy un beso de buenas noches y le digo que tiene que portarse bien y tomar la sopa cuando no estoy. La Ñata me preguntó si podía tener un rato a Grete. Se la presté. Ella la miró y, con cuidado, le acarició la cabeza. Después la acunó en sus brazos, le cantó y se mecía de un pie a otro, para hacerla dormir.     

 

            Ayer jugamos otra  vez a juntar bolitas de las que  hacen las ovejas.  La Ñata me dijo que esta vez había ganado yo porque el montón mío era más grande que el de ella. Ahora, también se queda conmigo cuando espero a mamá. Se sienta a mi lado, me toca con el codo y con la cabeza me señala sus manos puestas bajo la cola. La miro y ella me sonríe. Le pregunté con quién jugaba antes. Se encogió de hombros. ¿Por qué no tienes hermanos? Tuve uno, contestó, pero murió al nacer. Yo todavía era pequeña.

 

 

 

 

 

 

 

Rumbo a la estación   

 

 

 

 

          Mañana  vengo  a buscarte,  dijo amá. Sonrió y me dio un beso.  Antes de irse pasó por la  cocina para arreglar cosas con doña Felipa. Después se fue. Esta mañana, comenzaba a salir el sol, cuando desperté de un sueño: Rudí y yo estábamos sentados en el suelo, a la sombra del árbol de las moras, armando una casa con su rompecabezas. La casa tenía muchas ventanas y una torre. Doña Felipa me trajo un tazón de mate cocido con unas galletas, pero sólo tomé el mate. Después me vistió y me peinó con la raya al medio y una trenza de cada lado con un moño blanco. Asomada detrás de la puerta, en camisón, estaba la Ñata.

 

               El tren que trajo a mamá al mediodía, va hasta el pueblo y regresa por la tarde. Hay que apresurarse. No tene-mos mucho tiempo, dijo mamá. Rudi nos está esperando con papá en el hospital. Colgó el bolso de los hombros, cargó la maleta y tomó mi mano. Yo llevaba a Grete en la otra.        

 

           Doña  Felipa  y  la  Ñata nos  acompañaron  hasta la  puerta. Muchas,  muchas gracias,  dijo mamá  y abrazó a doña Felipa al despedirse. Yo le di un beso y otro a la Ñata. Estaba contenta de irme. Sólo la Ñata parecía algo triste. Al final, nos habíamos hecho amigas. Le sonreí. Miré a Grete y después otra vez a la Ñata y entonces se la di. Creo que eso la puso contenta porque, ahora, le brillaban los ojos. Ven, dijo mamá y, juntas, fuimos caminando hacia la estación por el costado de la vía. Los perros, ladrando, detrás de nosotras.

 

 

 

(*) ¡Gansa tonta!

(**) Ahora, duérmete “lauchita”

(***) Buenas noches, mami 

 

 

 

 

 

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